Entrevista a Sami Naïr
«La lógica imperante es la privatización del vínculo social»
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En su último ensayo, ‘Europa encadenada’ (Galaxia Gutenberg), el politólogo, filósofo y sociólogo Sami Naïr (Tremecén, Argelia, 1946) analiza el resquebrajamiento de la Europa social, obsesionada, a su juicio, con las políticas de austeridad «radicalmente antisociales». También denuncia la necesidad imperiosa de que la Unión Europea tenga una única voz en asuntos cruciales (su postura ante Gaza o frente a Trump, por ejemplo) y propone un nuevo Plan Marshall para con los países del sur.
Una de las observaciones que usted hace en el ensayo es la carencia de una identidad europea que pudiera servir de motor para alcanzar «la unidad política de pertenencia común». ¿Esto tiene que ver con la falta de líderes carismáticos, con la necesidad de una identidad propia o con haber primado la unión económica?
Fundamentalmente, esa carencia nace con el desarrollo del proyecto europeo, que se impulsó tras la II Guerra Mundial con el propósito de que los países de la zona no volvieran a entrar entre sí en un conflicto bélico, y tiene que ver con el cambio geopolítico. El liderazgo de Estados Unidos, por un lado, y de la Unión Soviética, por otro, propició que los países europeos se unieran. La reivindicación no era nueva, venía del XIX. Finalmente, la idea se impuso, pero sabíamos perfectamente que las poblaciones europeas no tenían un tejido cultural ni nacional común para crear una identidad europea, y los intereses políticos, económicos y sociales de los modelos de los países que la integraban eran diferentes. Nada tiene que ver el modelo republicano francés con el inglés o el italiano, así que se volcaron los esfuerzos en crear un espacio económico, dejando de lado el trabajo de la dimensión de identidad.
«Ya lo dijo Habermas: necesitamos la construcción de una opinión pública europea que favorezca una identidad de pertenencia»
Pero hay características que comparten la mayoría de los países europeos, se podría haber empezado por ahí…
Hay, digamos, una identidad de condición. Las poblaciones europeas comparten históricamente dos características esenciales: la tradición cristiana y la humanista, pero estos dos rasgos no bastan para construir una identidad. Se necesita, ya lo dijo Habermas, la construcción de una opinión pública europea, que favorezca una identidad de pertenencia. Necesitamos que, cada vez que ocurra algo en España, por ejemplo, Francia lo sienta como algo propio, que sienta que también es su país el que está en juego. En la Unión Europea hay intereses comunes, pero no un «nosotros» común. Prevaleció la dimensión económica, primero con el liberalismo y ahora con el neoliberalismo.
«En la Unión Europea hay intereses comunes, pero no un “nosotros” común»
Acaso otra de las grandes fallas sea la falta de democracia de la Unión…
Tenemos democracias nacionales que funcionan bastante bien, a pesar de sus problemas o de las crisis de representación política los pueblos se identifican con quien ejerce el poder, y desde luego conocen a sus políticos. Pero, en efecto, no hay democracia a nivel europeo. Tenemos un Parlamento desde 1952, pero no tiene capacidad de hacer la ley, ni siquiera propuestas de ley, solo puede aceptar o no las propuestas de la Comisión, y la Comisión no ha sido elegida por los europeos sino de manera indirecta, ya que la eligen los gobiernos, y funciona de manera autónoma, no democrática. Hemos construido un sistema que no funciona democráticamente. Lo normal sería que la Comisión trabajase bajo las directrices del Parlamento. La consecuencia es que los europeos desconocen quién está en Bruselas. Más allá de un par de nombres, como Úrsula von der Leyen, no conocen a los comisarios, a los dirigentes, y así es imposible identificarse con las instituciones europeas. Y si no hay pertenencia, no hay un vínculo posible.
De los lobbies «que no deja de crecer» favoreciendo «un sistema de corrupción organizada», como apunta en su escrito, ¿cuáles, a su juicio, son los más peligrosos?
Partimos del hecho de que la corrupción es un elemento casi propio de todo sistema económico y político; por desgracia ha sido así desde la noche de la historia, no existe un sistema no corrupto. La cuestión está en cómo se organiza la corrupción, si de modo clandestino o evidente y expuesto. La Europa que hemos puesto en marcha, inspirándonos en el modelo norteamericano, está rodeada de los lobbies que campan a sus anchas y que corrompen a las élites políticas y mediáticas. Son lobbies con sus despachos, y presionan mucho. Los lobbies, en los estados nacionales, no se han institucionalizado, pero sí lo han hecho en Europa. Las estructuras europeas tienen alrededor de 34.000 empleados, y los representantes de los lobbies están por todas partes defendiendo sus intereses. No hay un control real sobre ellos. Cuando era eurodiputado, me venían a ver decenas de representantes de grandes grupos automovilísticos para que introdujera en las propuestas europeas alguna cuestión que les beneficiara. Por supuesto me negué siempre, pero habría que limitar su poder para evitar casos como el Qatargate y el Rusiagate.
«No hay un control real sobre los ‘lobbies’»
Desigualdad, desindustrialización, pérdida de peso de Europa en el mundo, crisis de los servicios públicos, precariedad, endeudamiento, inestabilidad, desafecto político… ¿Se resquebraja Europa, la Europa social?
La Europa social nunca ha existido, la orientación hacia un mercado único se consiguió en 1986, después se consolidó con el Tratado de Maastricht, pero el Pacto de Estabilidad y Crecimiento fue antisocial, radicalmente antisocial, con esos tres pilares: que cada Estado creciera al menos un 3%, que la inflación no superara el 1,10 ni la deuda pública el 60% del PIB. Esa estrategia impedía a las naciones tener una política social. Se comenzó a dejar de financiar hospitales, escuelas, universidades y se optó por la privatización, esta fue la consecuencia directa. Basta mirar el mapa económico europeo: hasta 2005 hubo un desarrollo social bastante intenso, pero ya está desapareciendo y se está produciendo una privatización a gran escala, de hospitales de institutos, de universidades, de residencias de mayores… La lógica imperante de la UE es la privatización del vínculo social, como en Estados Unidos. Ahora mismo, asistimos a un rechazo total de lo social. Solo hubo un único presidente de la Comisión que intentó reconducir esta situación, Juncker, intentó construir una auténtica política social, pero se perdió en las arenas. No era una política social revolucionaria, pero sí pudo ser el crisol de una política común. Al menos, hemos tenido la suerte de la moneda única, y de un jefe del Banco Central, Mario Draghi, muy solvente, capaz de resolver el problema monetario con la política de la mutualización de las deudas, que se repitió con la crisis de la covid.
«En Europa se está produciendo una privatización a gran escala»
La llegada de Trump, ¿puede ser una oportunidad para que Europa se reconfigure?
No lo creo, desgraciadamente. Ya sabemos cómo actúa Trump respecto a Europa. Por eso tenemos que hacer algo juntos, como tratan de hacer España, Francia y Portugal. La llegada de Biden no cambió nada, sus políticas fueron muy duras con los europeos, y Trump, en este espacio estratégico diferente, ha entendido cómo reaccionan los europeos: bajando la cabeza. Por eso cree que volveremos a hacerlo. La mayoría de los países quieren mantener buena relación con Trump, no enfrentarse a él. Los alemanes están aterrorizados, a izquierda y derecha; los ingleses volvieron al tablero europeo buscando una alianza de defensa con los alemanes que no tenga en cuenta la relación franco-alemana; para subvertir más la situación, Italia está claramente a favor de Trump y de Musk, y están elaborando juntos un programa espacial; los belgas y holandeses también están aterrados, pero la fuerza de la extrema derecha en Holanda se frota las manos. Solo Francia, España y Portugal están en la posición de plantarle cara, pero son minoría, no hay una respuesta común porque no hay unidad política común. Von der Leyen todavía está esperando la llamada de Trump, una vez se oficializó su investidura como presidente: eso dice todo.
La guerra entre Ucrania y Rusia ya dura casi tres años. ¿Toca a su fin?
La solución, la mala solución, en cualquier caso, sería un acuerdo directo entre Rusia y Estados Unidos. Será interesante conocer si la Unión Europea estará en los parámetros de la negociación, de haberla, entre Estados Unidos y Rusia, si Trump aceptaría que entren en la discusión Francia, Inglaterra y Alemania.
Cerca de cincuenta mil muertos en Gaza y no muchos atisbos de un posible alto el fuego, mucho menos definitivo. ¿No hay solución posible?
Europa está dividida. Peor, la mayoría de los países no quisieron condenar la actitud de Israel. Desde el comienzo sabíamos que no había solución, no la hay. Y la propuesta de Trump de expulsar a los gazatíes es indigna. Europa no pinta, no tiene defensa común ni cabeza política. 35 años después de la caída de la Unión Soviética, el verdadero poder económico, Estados Unidos, muestra su verdadera cara: quiere, exige el control del Canal de Panamá, quiere para sí Groenlandia, impone aranceles altos a México y Canadá. Con Groenlandia ya ha comenzado la negociación, y no se contempla la independencia, lo que Trump quiere es acceder a las materias primas (magnesio, cobalto) que están bajo la nieve. Su política es la del colonialismo imperialista propia del XIX. Tal y como hicieron Francia, Alemania e Italia con los países africanos, apoderándose de su riqueza. Europa tiene que tener una sola voz ante este conflicto, ante cualquier conflicto, pero eso, de momento, es inviable.
«Europa tiene que tener una sola voz ante cualquier conflicto, pero eso, de momento, es inviable»
Usted asegura que Europa ha practicado, de manera sistemática, una política de contención con los países del sur, porque así se asegura su control, en vez de procurar hacer de esos países un territorio competitivo. Quizás esos asuntos de los que estamos hablando la obligan a cambiar de táctica.
No hay otra solución para Europa que elaborar una política común con los países del sur. Me hubiera gustado que lo hubieran hecho hace mucho, me hubiera gustado que se hubiese conformado un bloque europeo en torno a los países de la zona euro, con un motor alemán-francés-italiano-español para, a partir de ahí, extender una política de ampliación relativa con los países del sur, como se hizo con los países del Este. Impulsar realmente lo que se propuso en la Conferencia de Barcelona, de 1995, y elaborar proyectos comunes con los países del sur. La inmigración va a ser cada vez mayor, la llegada de personas provenientes de los países del Magreb hacia Europa, Estados Unidos y Asia no va a parar, por eso necesitamos una política de desarrollo del sur del Mediterráneo, con independencia de los conflictos que estos países puede tener entre ellos (Marruecos-Argelia, Túnez-Libia), un gran Programa Marshall de desarrollo de infraestructuras. Ya hay muchos proyectos al respecto, pero duermen desde hace años en los cajones de las instituciones europeas. Europa no ha querido ponerlos en práctica porque teme que los países del sur, que tienen una mano de obra más barata, la debiliten económicamente. Está claro que no quiere un desarrollo económico fuerte de estos países. Y Europa tiene que hacer algo consigo misma, además, construir un verdadero modelo industrial y social, porque asistimos, ya lo indicaste antes, a una desindustrialización masiva, incluso en Alemania. Se está convirtiendo en la Europa de los servicios, como por desgracia España, que apenas tiene industria.
«El proyecto europeo es la gran idea que hemos tenido desde el siglo XVII»
Para un europeísta convencido como usted, le noto, en esta ocasión, un tanto descorazonado…
Es que Europa está viviendo una situación dramática, y tenemos que construir una Europa política y social, y hacer del Parlamento Europeo un recinto de soberanía. En cualquier caso, ganaremos, estoy convencido. El proyecto europeo es la gran idea que hemos tenido desde el siglo XVII. Hoy hay que defenderlo más que nunca.
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